Nos casamos, nos vamos a vivir juntos y llega la gran pregunta:
¿Abrimos una cuenta conjunta?
- ¿Abrimos una cuenta conjunta donde vayan las dos nóminas?
- ¿Mantenemos dos cuentas por separado y hacemos una cuenta conjunta donde ponemos el dinero común?
En realidad, ¿qué está diciendo esta decisión que parece trivial y que que solo tiene que ver con la logística?
Pues quizás puede estar diciendo: “Por si acaso”
- Por si acaso el amor se acaba
- Por si acaso me deja por otro/a
- Por si acaso no aguanto más y me voy
- Por si acaso tenemos hijos y acaban destruyendo nuestra relación
- O aún peor, por si acaso no se va con mi dinero
Y está claro que si todo esto es una probabilidad lo mejor que se puede hacer es anticipar los problemas y evitarlos.
De hecho es lo más lógico, desde una postura pragmática, en la que hay que vivir evitando todos los problemas evitables y no arriesgando. Porque quien arriesga, pierde…
Y si pierdo mi relación, mi matrimonio, lo más inteligente es no perder también mi capital ni mis ahorros.
Pero, ¿se puede ser feliz así?
¿Puedes empezar una historia de amor previniendo las consecuencias negativas?
Si esto del amor es una cuestión de azar, en la que no sabes cuanto va a durar, prevenir las consecuencias negativas es lo más inteligente y evitar abrir una cuenta conjunta.
Pero, si el amor no es fruto de la casualidad, sino de querer querer, entonces la perspectiva es otra.
Si yo quiero querer, un acto concreto de confianza es conocer a sus padres, salir con sus amigos, comprometerme para toda la vida y tener una cuenta corriente común, o dos, pero las dos comunes.
Si yo quiero querer y hacer que la relación funcione, tengo que arriesgar.
Porque el amor no se prueba. Las personas no se prueban. Y entregar la vida, el cuerpo, el futuro en manos de la persona amada, pero no poner en común el dinero… es un poco extraño y si se lo explicamos a un niño de 8 años… igual no lo entiende.
